Sigue sorprendiendo la cantidad de testimonios de personas que lo dejan todo y siguen al Maestro con la radicalidad que plantea Cristo en el evangelio de hoy. El amor de Dios es tan arrebatador que, cuando uno lo experimenta por el don de la gracia, abre el horizonte de nuestra mirada y nos hace palpar los bienes eternos.
Jesús llama con radicalidad. Tiene que ser necesariamente así porque necesitamos cambiar la raíz, no las hojas. Esta diferencia no está nada clara en muchos corazones que visten la fe de mero complemento, como un bolso, o unos pendientes. Algo que se queda donde acaban las ramas. Y el evangelio no es la planta de complementos de El Corte Inglés.
La vocación sobrenatural a seguir a Cristo es un trasplante de raíz: por el bautismo recibimos una nueva vida. No es un complemento vitamínico para la vida natural: es algo nuevo, trascendente. Recibimos una nueva vida, con una nueva raíz, que nos une a Cristo. Una nueva vida, una nueva creación, unos nuevos bienes.
Si no comprendemos esta diferencia, tampoco comprenderemos la vida de Santa Teresita de Lisieux, ni la de ningún otro santo. Ellos son el lugar maravilloso donde sacamos fuerzas para vivir de esa vida nueva, luchando por abandonar la tozuda tendencia que tenemos a cortar los lazos de la vida vieja.